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Para fotografiar hay que saber ver. Paula Itziar lo sabe,
sabe ver, y ese es un don que no le ha abandonado desde que
era “Sagutxu”, o sea, ratoncito.
Tu te pones a mirar un paisaje o un rostro y no ves lo mismo
que Paula, por ejemplo. El retrato es para Montávez Langa
algo por descubrir, un secreto que desentrañar. A cada
personaje, en este caso los socios de honor de la
Biblioteca, le busca una luz y una postura, que será, a la
postre, la que mejor le convenga.
Decía una escritora norteamericana, Susan Sontag, una de las
que mejor han estudiado el fenómeno surgido a finales del
siglo XIX, que hoy todo termina por convertirse en
fotografía. Añadía en su famoso “On photography” que una
fotografía no es sólo una imagen, una interpretación de lo
real, ”es también una traza, un negativo, como una huella o
una máscara”.
El maestro Cartier Bresson estaba siempre a la espera del
“instante supremo” de la foto. Paula es ya inseparable de su
cámara, para un retrato, para un paisaje, para el reflejo de
un hecho cotidiano. Sus negativos se distinguen enseguida
porque tienen su marca de la casa, su sello original.
Hay quienes despliegan ante ti toda clase de paraguas
reflectantes, espejos y artilugios diversos. Siempre he
pensado que cuanto más artefactos traen más esconden su
inspiración y sus ideas (y peor es la foto). Paula Montávez
es partidaria de una cámara discreta. Le basta y le sobra
para hacer su trabajo. De inmediato te das cuenta de que le
gusta su oficio.
Esta “nueva manera de creación espiritual” que es la
fotografía (Dali dixit) viene a demostrar muy pronto si alma
o no hay alma detrás del visor, una personalidad, un aliento
poético. Paula lo tiene. De casta le viene al galgo.
Manuel Leguineche
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